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Llegar a casa


-Si esta ciudad
se abre de piernas para mí -Le dije-
prometo no volver a ser jamás
una mujer triste-.

Y sucedió el invierno
ácido, frío, solitario;
calándome hasta el fondo
los dientes y los huesos.

A menudo despertaba asustada
abrazada a la nada, rodeada
de fantasmas invisibles que avanzaban
exiguos y cobardes hacia mi ventana.

Si me hubieras conocido entonces
no habrías sabido de mí.
(Los rotos no me dejaban ser
en ninguna parte).

-Si esta ciudad
se abre de piernas para mí -Le dije-
prometo no volver a ser jamás
una mujer triste-.

Y apareciste tú, con tu sonrisa de revista
tus cielos repletos de soles encontrados
mirándome como si supieras
que llegar a ti era llegar a casa.

Y llegaste tú, reconstruyendo
todas mis partes importantes
devolviéndome mis mundos azules
mis tesoros inmunes y libres.

He de confesarte que no soy la misma
desde aquella primera vez
en que decidiste no dormir para quedarte
besándome la espalda y el sexo,

sin cansarte, sin pararte, sin preguntarme...
Cada caricia, cada mirada, cada beso
iban cosiéndome y limpiándome la sangre,
me lo diste todo y lo agarré sin fondo

Y te miré con los ojos de un Dios justo:
Fui valiente por ti, más valiente
de lo que nunca he sabido ser por nadie.
Rendirme contigo al frente, fue cambiar el miedo

por la inevitable consecuencia de amarte,
a  ti que supiste verme desde el primer instante
que me devolviste los besos y el brillo
en los ojos y en la piel.

Y  esta ciudad,  Amor Mío…,
Se merecía un amor como este,
se merecía un amor
como el nuestro.



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