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TIERRA MÍA



En la memoria de mi pueblo

El polvo de la mina;

Sobre el alambre: la muerte,

En el pecho: la vida digna.


En la memoria de mi pueblo

Los hombres de la mina:

¡Cuán dolientes Tierra mía

Fueron tus hijos, La Carolina!


En la memoria de mi pueblo

Las mujeres, sus vigilias…

¡Cuán sufridas Tierra mía

Fueron tus hijas, La Carolina!


La vida sostenida sobre los hombros,

Paliabais el frío entre tarantas y cisco,

Demasiado jóvenes para tanto ahínco…

Demasiado escombro sobre sus muertos…


A las mujeres de entonces 

les pesaban los párpados,

Sobre cestas de mimbre 

adornaban  espantos,


En el vientre una pena, 

sobre el quejío la espera,

Y el futuro callaba… 

¡Silencio! ¡No digáis nada!


Soniquetes de campana 

les crujían los huesos,

Las mujeres aguardaban 

la vuelta de sus muchachos,


Desde casa suplicaban 

con hambre de boniatos,

Se encomendaban en vida 

a todos los santos…


Inamovible historia 

de mi pueblo llano,

Sumerge entre cimientos 

envueltos en llanto


Que sustentan el albor 

del linaje nuevo

¡Que el recuerdo nos colme 

de gozo el cuerpo!


¡Cuánto han de aprender 

los jóvenes de antaño!

De mi pueblo minero, 

y sus gentes del campo…


¡Qué dignifiquen la tierra 

que llevamos dentro!

Pues mi patria es mi infancia: 

la fe de mis abuelos.


Yo respiro todavía el aliento 

de mi padre,

La libertad, el pesebre, 

el sabor a leña de la carne,


Los jornales sin demora, 

la contumacia de los arrieros,

Callosidades en sus manos; 

en sus ojos: el cielo abierto.


Bajo el sol andaluz, 

mi padre calzaba

Alpargatas de esparto, 

era un hombre del campo,


Me recuerdo de niña 

sobre su mulo blanco,

Entre alpacas de paja 

jugaba con mi hermano.


Yo respiro tu reminiscencia 

en cada poro,

En la memoria de mi madre, 

en su  mesura

En su tez nos criaba 

y en penumbra las  noches largas

Entre telares  el atenuante 

de su vista cansada.


Mujer espejo 

de todas mis paisanas:

Madre valiente, costurera en vela,

 aceitunera altanera,


De madrugada los guantes 

para ahuyentar la escarcha,

De noche la aguja, el dedal 

y el dolor de espalda…


¡El orgullo me corre 

por la sangre nuestra!

¡Que nunca me extirpen 

de esta santa Tierra!


En su lengua  rezuma 

el juglar de la huella mora

En las usanzas: el arraigo 

de la fe cristiana…


A medio camino 

entre Madrid y Sevilla

Entre olivares y encinas 

se alza mi estrella,


Enclave lumínico: 

la yerma Sierra Morena,

Cobijo y tropiezo 

de los ciervos en brama.


¡Bendito es el viento 

que ahora te sopla!

Porque ya no lloras, 

porque ahora te sobran


Bondades y aciertos 

que llevarte a la boca,

Ya era hora, Tierra mía, 

¡ya es hora!


Ahora te cantan 

por carnavales en las tascas,

Y en mayo te visten 

de flores las gitanas;


Y cuando me alejo… 

¡ay, cuando te tengo lejos!

La raíz me araña 

reclamándome tu hueco.


En los recodos de tus calles, 

el sincero reencuentro

Con la avidez de Campomanes

por discernimiento,


Con la indulgencia ilustrada 

de Olavide «el limeño»,

Y tu bautismo por decreto

de Carlos III.


Que la memoria de tus hijos 

te honre y te salve,

Y que al retorno por Despeñaperros 

a tu semblante,


El corazón al verte 

se les levante,

¡Eres la entrada 

al paraíso de los andaluces!


De las Nuevas Poblaciones 

te erigieron

Capital de insignia, 

pueblo mío, La Carolina,


Y yo te llevo por bandera 

mientras viva

Será mi acento tu  estandarte, 

Tierra mía.



Plaza De la Iglesia de La Carolina, Jaén 
 












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