Madrid, amor mío; cómo duele ver tu latido tan quieto, tus calles barridas de gente, han dejado paso al silencio de la especie. Marzo parece maldito en tu calendario, negro como una boca de metro cuando aún no ha amanecido. Las miradas se afinan desde los balcones, nunca antes, tantos y tantos habíamos mirado hasta el éxtasis tu cielo. Y tú nos miras con ojos de ángel, con el candor de un niño, echando fuego por la frente… Madrid, amor mío, seguimos estando vivos bajo tu velo oscurecido y a media asta, tú que eres madre, hermana y amante, y a todos los forasteros nos acunaste sin cuestionarnos, y nos abriste las puertas de tu casa orgullosa, cercana y agradecida de ser la elegida. Y siempre nos llenaste la mesa, el sexo y el alma de recompensas. Madrid, tú que nunca has señalado al diferente, que has propagado la ley del mundo que algunos todavía contradicen: “aquí hay sitio para todos”… Y nos quedamos bajo tu cielo, enamorados y sedientos de tus días, a